No existe un dios ante el cual jurar,
por lo cual se ve difícil ir cantando coros divinos,
mintiendo a siniestra sobre el destino,
se vuelve más fácil comprometer los esfuerzos a las realidades,
más ciertas,
terrenales (territoriales)
por sobre sueños,
idílicos.
(aunque lo último es lo mío)
Claro,
podría empezar a prometer,
amarrar a palabras,
actos propicios,
novelas de acuarela,
injertos de ternura,
manos de alcachofa,
rosas de amanecer,
sábanas manchadas,
o pecados por cometer,
bastaría entonces,
una firma,
un estampado,
una huella,
volver atrás 20 siglos,
a los confesionarios,
a las sotanas,
al vetado derecho santo,
de ser libre en mis actos
y consecuencias.
Prefiero,
en cambio,
prometerme a mí mismo,
- Considerando cuánto vale para mi, mi palabra -
por lo que haré con tu cuerpo, lo que hago con el mio,
morderé con mis labios encrispados, cada centímetro que separa el tesón duro de tus deseos, mientras arranco a bocanadas de lengua el clítoris magistral que emana entre mis dedos y dientes.
Prometo, ser un batallón de valientes,
estirar mis brazos con las ansias de flanquear tus nalgas depositadas y prestas a que mis muslos las atraviesen, vanguardia que se encabrita a mis ansias gélidas, rodeadas de la ardiente lava que puede surcar con sus movimientos cada estrechez, archipiélago o selva, amazónica o no.
Prometo, ser un jurado de imaginaciones,
juzgar a tu mirada, frente a mi espejo de absolución, para enfrentar tus ganas de todo, hacia otres, y los míos, hacia otres, en la racional búsqueda del placer infinito y tirante, atado decrépitamente a la propiedad privada enseñada desde pequeño a nuestros sexos, bocas y anos.
Prometo, ser un recolector de recuerdos,
reconfigurar los espantapájaros que se sientan a las puertas de mi percepción de poeta, pasado a alcohol, para reirme de las borracheras, beber juntos y mezclar entre las drogas las sugestiones viables, sometiendo cada brecha de poder a cada viaje de locura, hasta donde demos más.
Prometo, ser un malabarista de verdades,
mantener la risa y el llanto que merece cada vida, por la tuya a lo menos, sin pedir disculpas si es necesario, o agradeciendo en retorno, a mis bocanadas de hombre cierto, las complejidades de un pésimo y cansado jugador de poker, que esté aburrido de tirar las cartas sobre la mesa.
Prometo, ser un amante de irracionalidades,
volverme enfermo de/con la cabeza entre tus senos, aspirar la droga más dura de tu cuello, reptar como sanguijuela por entre tu monte de venus y tu ombligo, devorar tus rodillas con mis uñas de tabaco, mientras exhalo las sentidas angustias de un demócrata cansado de la dictadura de tu cuerpo.
Prometo, ser un observador de distancias,
mirar hacia las estrellas tratando de imaginar los crepúsculos cuánticos, donde ahogaré mis ansias de conocimiento frente a las bisagras en cancioneros de pulsares y los ojos profundos que me evocan a seguir besando tus mejillas por las mañanas, entre otras cosas que besaré por las mañanas.
Prometo, nada y todo, en torno a esto.