Las mortajas frontales del porvenir, la voz pecaminosa del ser perdido
no es una intención de crear condescendencia o simpleza en el acto
sino un irracional enfrentamiento al futuro desparpajado
desde la pérdida terrible de saber que somos y que no.
Mis escalones no alcanzan las raíces de un árbol dormido por donde tropiezo al fondo de la casa
tampoco lo hacen los tobillos donde afirmo mis entrañas para evitar caer entre los mareos
pensando cada paso que en tu dirección me acerca
inválido optimista llenando las tardes de lunes acontecidos.
Sin asombro pedido, sin novedad alguna, me vuelco
en esa frontera causal llamando a tu piel erizada
como una gata negra asustada en la esquina de una oscura pieza en una casa abandonada
a la que me acerco, como un puñado disuelto en el agua milagrosa del sudor
no contengo la arrogancia de mis pieles cayendo, dejando su rastro en las chaquetas
en los colores opacos más opacos cuando se ven en la oscuridad sempiterna
en la atmósfera incandescente del otro
en la guerra insípida del ser
en la locura temprana del amor.
Nunca tuve la oportunidad de sanar mis heridas
las lamia como un gato lame su carne abierta y sin avaricia mira surgir la sangre verde/rosada/limón
sople los bordes de mis lamentos y consumí el extracto de mis sesos
a punta de palas repartí mi carne entre los comensales que asombrados exigían redención
para caer sobre la misma circunstancia de no saberse con lugar
de no quererse con miedo
de no amarse sin pánico.