- No me imagino otra gema que le haga el peso al metal -
Estoy sentado entre medio de mis pupilas que se sobrecogen con la canción de invierno que sonó tantas veces a través de mis recovecos de mujer sometida, poco a poco liberada, poco a poco llamada a encabezar todos los sentidos de verdad.
Se me vuelve perturbador, las palabras que van cerrando los pequeños espacios que abrí con mis dedos de noctámbulo, mojando con mi lengua la parte más dura del clítoris que se revuelca al borde del mar, y duele tanto sentir que ya no tendré la oportunidad, paradisiaca, de volver a saborear los bordes de tus labios liberadores.
¿Porqué me llamaron a esta arremetida?
De cuantos corazones vive un hombre, cuando la promesa de sentir futuro se distancia de los días presentes, más en cada paraíso que va sentando cada uno de las ideas rebeldes, corriendo entre los portentos que nunca llegaron o las primeras palabras que enredaron tus garantías a mis fauces.
No tengo miedo, torero, no tengo miedo a sentir la rabia y la injusticia que profana mis amigdalas llorosas, esas mismas que pusieron toda mi relevancia como poeta sobre la impostergable falta de mujeres en estos versos que se van constituyendo como presa del pasado, sin que me dejen ver el futuro.