Maldita desesperanza que me lleva como un loco a lugares oscuros, llenos de miedo, sometidos de angustia, irrisorios, infértiles, planos vacíos donde la luz se va atrincherando en la esquina de mi nostalgia por los días de calor, de vidrios rotos, de algarabía popular, donde las primaveras se volcaban a las calles y en el peor de los casos siempre tenía un brazo dulce del cual arrimarme como un gato subiendo por una araucaria del Congillio.
No creo en la democracia, no creo en las fuerzas populares inmovilizadas, no creo en la pantomima del Estado, no creo en ninguna de ellas por separado. No creo en el mercado, nunca creeré en el mercado.
Creo en ti, te confieso. Creo en que si mi hora llega, o la hora de cualquiera, y no alcanzamos a ver esa bendita toma en la que se rompe la bóveda de diamantes donde encierran el futuro, serán otros los que caminen las mismas sendas, enciendan las bengalas, arrojen las piedras. Y tú, sé que estarás en medio de eso.