miércoles, 23 de diciembre de 2020

La mujer que caminaba mirando hacia el cielo

 esperando ver y encontrar la perdida raza de cielos, arremolinados entre

nubes de espanto crepitante, infernal hacia el sentido propio, de las 

cosechas revueltas de magisterios, incólumes frente al despotismo propio

insulso de pantanos lumínicos. 

a veces, paseando por el centro, se ve un grupo de personas

siguiendo de cerca sus pasos, apuntando con el cuello erguido

las vicisitudes propias de un cielo cubierto de pájaros, nubes

incansables en su afán de llegar lo más alto posible.


Y yo estoy acá, de una forma mágica, mirándola caminar a través de las personas

cabizbajas 

será su culpa?

Tendrá ella algún grado de responsabilidad, entre todo

por aquellas torticolis, emancipaciones, pequeñas escalinatas perdidas.


- y, sí decidiera de un día a otro, cometer errores ortográficos en la poesía -

¿Acaso no eres ese error que es manifiesto destino o realismo mágico?

por menos, en mi casa te agarraban a balazos.



Los perros callejeros

sus narices de baja altura corretean las esquinas,

entre orines imitativos y barros acuosos fuertemente

arraigados a la conciencia de su colectivo.

 Caminan desorientados en búsquedas,

el quejido aullante de su estirpe, misma fe y cuadrúpeda dolencia.

 De a poco, olfatean el viento, en búsqueda de su otro,

en su misma condición de clase, bajo el ritual 

de ser parido entre cajas de cartón con similares marcas comerciales.

 Al reconocerse, corren presurosos a olerse los

cuerpos, besarse los agujeros, follar si es 

necesario, para recomponer la carne y el espíritu.

 Y destino manifiesto tienen sus jaurías

nocturnas, saqueando bolsas y jardines fuera

de los barrios de los ricos. Entre callejones semovientes de dudosa naturaleza.

 A veces pienso, somos esos perros callejeros.

Aunque no han hecho lo que tu hiciste. 

Son peores, me dejan con vida.